Cuando en una sociedad los niños y los viejos parecen sobrar, Lo extraño
es que no lo advertimos cuando la vida nos sonríe o como si la ventura
fuese eterna. Abuelos sólo acompañados de su sombra, de su bastón y de sus recuerdos; niños que deambulan por la calles, hurgando en la basura buscando restos de comida para el
“desayuno” de ese día o pidiendo “limosnas”, las que van a servir -tal vez- para que sus progenitores sacien sus
vicios y den rienda suelta a sus
placeres más reprochables o desaten sus
instintos, deleznables y oscuros, de los que en ocasiones son los
pequeños sus víctimas. Suponer que “a nosotros no nos va a tocar”,
es propio de ilusos. Los ejemplos sobran
y, a diario, se dan situaciones que nos duelen y nos agreden de alguna forma.
Porque no echarle una mirada a la convivencia para preparar una mejor para nuestros hijos?
Aquél salón era reducido para la concurrencia de ese día tan gris de julio. Se acomodaban como podían en una larga fila que recorría en espiral el
espacio disponible. Hacía un frío poco
frecuente y –tal vez por eso- buscaban abrigarse apretándose entre sí y
evitaban que alguno deba esperar sobre la acera. Al menos
eso parecía.
Toda vez que la puerta se abría,
un murmullo generalizado reclamaba: ¡“que cierren la puerta”! y ponían sus ojos en la entrada como si con ello podrían ayudar a hacerlo lo más rápido
posible. De tanto en tanto, el arribo de algún conocido desataba en los
presentes una catarata de ironías diversas y chistes muy ocurrentes que
encendían las sonrisas y carcajadas en la gran mayoría, especialmente entre los
hombres.
Eran personas de la “tercera
edad”, ya jubilados, de muy buen talante, que venían en procura de recetas,
órdenes médicas alguna consulta afín a los servicios que prestaba el organismo o solo buscando un poco de
contención. O una manera de entretenerse… porque no?
A esa edad -por lo general- los
“abuelos” están “huérfanos” de hijos. O porque se han marchado para escribir su
propia historia; porque no los
tuvieron o sencillamente los han
olvidado. Lo cierto es que, cuando lo huesos comienzan a doler, nadie está
fuera de casa -por placer- en días tan crudos.
Charlaban animadamente con quien lo precedía o
quien esperaba detrás de sí, tratando de pasar un tiempo de
espera que en ocasiones, eran demasiado extensos para los viejos. Mansos y cautelosos, jamás harían un reclamo a
viva voz y eso “tranquilizaba” a los numerosos funcionarios públicos que los
recibían detrás del mostrador y que manejaba a voluntad el ritmo de las
atención.
Los abuelos esperan que la “cola”
avance y les llegue su turno para
regresar a casa. Nunca faltaban a esa cita. Allí quebraban su soledad al menos
por una jornada y era quizás, una de las
razones por las que superaban cualquier esfuerzo por estar. Solamente unos pocos
se acompañaban de algún familiar, dama de compañía o vecino muy bien dispuesto.
Entre ellos, correteando entre
las filas, una niña de no más de once años de un extremo a otro “tocando” las
manos de todos -como en aquel recordado juego- para regresar de inmediato a la cabecera
para volver a comenzar. Su actitud
iluminaba el recinto en el que solo
cabían ojos cansados y la calma del tiempo maduro.
Nadie se negaba y, a la vez que
le sonreían, murmuraban sobre sus cabellos enrizados, su gracia e inocencia.
Unos pocos ensayaban una broma para sorprenderla escondiéndose a su turno o
dándole la espalda. La pequeña reía complaciente y seguía su propósito.
La madre la veía jugar con sus “sus
abuelos”. Orgullosa –y con razón- pensaba
en la admiración y el afecto que ella prodigaba a su propio abuelo y al que
perdiera unos meses atrás.
Como siempre ella lo acompañaba a
este lugar –y lo hacía con sumo agrado- todo le era muy familiar.
Las manos arrugadas de los viejos
le recordaban a las de su “Nono”. Caminaba
aferrada a ellas mientras oía viajas historias y cuentos que jamás olvidaría.
La corriente de aire helado volvió
a ganar el salón. El anciano que trataba de superar uno de los peldaños de la puerta sostenía el bastón de caña con
una mano y, con la otra, empujaba la hoja de vidrio que se resistía. Su
renguera tampoco ayudaba. Algunos comenzaban a inquietarse –y hasta molestarse-
y todos miraban hacia allí y murmuraban sin atinar a nada.
Era evidente que no lo lograría
pero aún así, nadie de los presentes dejó su lugar para ir en su ayuda. Ni los
más jóvenes ni los propios viejos en condiciones similares. Los funcionarios,
no se daban por enterados y disimulaban su indiferencia “escribiendo” o
“abriendo armarios” vacíos.
La pequeña detuvo su “recorrida”
advertida de que algo ocurría. Se acercó a la puerta y vio al abuelo que
trataba infructuosamente de entrar.
Se acercó a él y le tendió la
mano mientras trataba de sostener la puerta abierta con su espalda.
-Fuerza, abuelo! le dijo. El anciano levanto los ojos y la miró
agradecido. Entre ambos lograron
ingresar y tranquilizar a todos. ”Nina” siguió aferrada a su mano y se
abrió paso entre los presentes para
acercarlo al mostrador principal.
El abuelo daba pasos temerosos y
breves y, mientras avanzaba por medio del salón, las filas se abrían facilitándole la tarea. Por lo bajo algunos
murmuraban cosas que la niña no podía percibir mientras se llevaban la mano a
la nariz… El olor era intenso y fue
ganando el ambiente conforme ingresaba.
Olía a soledad, a tiempo. A
bolsillos flacos, a tristeza. Respiraba ausencias y nostalgia. A barrio humilde
y a polvo de calles olvidadas. A manos
tiesas… y torpes. A orín inoportuno. A desesperanza…a silencios prolongados. A invierno de fogones interminables con la sola
compañía de algún perro rescatado de la
calle y algún gato que le retaceaba fidelidad y solía dormir sobre sus pies.
El viejo traje despuntaba roturas
y amarillos de otoño. Gastado por todas partes y con el último lavado en sus
tiempos mozos. Tal vez un poco antes…Todo eso explicaba ese “olor a viejo” que
Nina perdonaba con inocencia y
disimulaba con madurez.
Ya en el mostrador, algunos
empleados -tan parsimoniosos por lo general-
apuraron la atención del abuelo para liberarlos de tamaña incomodidad.
Nadie entonces se mostró ni posesivo ni molesto por la deferencia para con el
recién llegado. No fueron inflexibles ni con los turnos ni nada que se le
parezca. Todos exhibían una actitud “muy
generosa” y desinteresada.
Nina no se apartaba de él. De pronto giró sobre sí
y pudo ver que todos los observaban en silencio como a personas extrañas. El abuelo, con el trámite finalizado, dijo por lo bajo:
--Vamos nena. Ya he terminado. Acompáñame
hasta la puerta.
Nina se aferró con sus dos manecillas a la de su
“abuelo” y buscó la salida. Le brillaban los ojitos. De pronto se detuvo:
--Mi verdadero abuelo se fue al
cielo hace unos pocos meses- dijo en voz alta. Desde entonces, toda vez que veo
a un anciano, siento que es él que regresa a casa para contarme los mismos
cuentos –sentada en su regazo- y hasta quedarme dormida. A veces despertaba y descubría que rizaba mis
cabellos casi sin darse cuenta. Descubría que lloraba por debajo de sus
enormes anteojos y murmuraba algo que no entendía pero que imagino.
-Todos son mis abuelos, ustedes y
él, no importa que huelan mal ni que luzcan un traje viejo. Sus manos tienen la misma
calidez que las de mi abuelo y las de
ustedes. Y aquéllos que aun las lucen espléndidas, también las verán ajadas
algún día. Y tendrán nietos -si ya nos los tienen- a los que amarán como él
decía amarme. Y se sentirán solos e
indefensos como hoy lo está este abuelo
porque en la casa “todos tienen cosas que hacer”.
- Verán pasar la vida por la
ventana de cada día, esperando la noche, para dormir –tal vez-el último sueño; por eso –solo por eso- es que no puedo
entender a los hijos que los abandonan, a los nietos que no los disfrutan, a
los vecinos que les son indiferentes, a la sociedad que los olvida y a los
gobiernos que los excluyen.
El silencio de la sala podía
tocarse…Uno de los presentes golpeó sus manos reconociendo las palabras de la
joven como propias y tras eso, un estruendo de aplausos se dejó oír por algunos minutos con un
entusiasmo contagioso.
La pequeña
no pudo contener el llanto y, en sollozos, agregó: -porque al final de
cuentas…la vejez es el precio de estar con vida…!
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