miércoles, 5 de agosto de 2009

Historias del Impenetrable chaqueño...

Comandancia Frias. Solo recordaba que después de una curva muy amplia se avistaba un descampado que se recostaba a la margen derecha de este estrecho curso de agua de curioso comportamiento y al que no podíamos divisar desde la ruta por la que accedíamos y el monte que hacia el poniente cerraba el escenario.

Según la estación del año aquél riacho, con los deshielos, aporta un mayor caudal al punto que los pobladores del lugar lo usan como sistema de riego para las tierras que cultivan después que la crecida las inundaran naturalmente. Con la bajante aprovechan para cercar el perímetro con ramas, postes y palos a pique, -ramas espinosas de ser posible- todo muy precario pero efectivo, para evitar el ingreso de animales vacunos, equinos, domésticos y silvestres cuando levante el sembrado.

La escuela era de construcción diferente al resto de las viviendas, tal vez por eso se destacaba, y representaba el único modelo de progreso en aquel lugar. Todo aparecía como muy deteriorado, frágil incluso abandonado, aunque se apreciaban cocinas humeantes o ropa tendida sobre las plantas como síntoma de ocupación. Era como si el tiempo se hubiera detenido indefinidamente. Solo algunas de las viviendas dejaban traslucir cierto esmero en su aspecto y presentaban alguna de sus paredes rebocadas.

Parecía estar sola en medio de un paraje casi desolado. Sin embargo algunas casas se descubrían cada tanto en los claros del monte, arrinconadas o como escondidas, pero todo a suficiente distancia del edificio escolar, como buscando ganar en intimidad. O para esconder las miserias de cada hogar. Ambas cosas sobraban: espacios y miseria.
A medida que nos acercábamos, la enorme silueta de un árbol inmenso convocaba nuestra admiración. Imaginé un ombú en la inmensidad de las pampas. Después supe que era un ejemplar de Francisco Alvarez, y era lo único que servía como “cobijo” para los pobladores que llegaban al lugar en procura de algunas mercaderías al almacén de Don Nelson Soto, singular personaje que había elegido quedar allí continuando la historia familiar; o de aquellos que en tiempo de clases ataban sus burros, cabalgaduras o incluso dejaban sus bicicletas a reparo.
El tronco de esa especie es el preferido de los artesanos para construir el bombo salteño, pues su madera es fibrosa, blanda fácil de trabajar y de dimensiones ideales. Realmente era enorme y sus raíces, como las del ombú emergían del suelo. A partir de él se extendía una meseta que terminaba en la barranca del propio río. Después supimos que allí se levantaba, en épocas de la conquista, el Fortín de Comandancia Frías. Se hallaban botellas, cápsulas de balas de viejos fusiles de un disparo, empuñaduras de sables; y restos que se vinculaban a un pasado muy diferente a éste que nos trajo ahora. Durante los días de lluvia, quedaba definido a ras del el piso todo el trazado de lo que eran las dependencias del fortín.
El panorama era deprimente en aquel mes de agosto de mil novecientos ochenta y uno.
Allí estábamos nosotros con los cuatro hijos, trepados a la vieja Chevrolet l974, en la que confiábamos plenamente. Yanina ya tenía tres años, Silvi y Pao apenas dos, y Marcelo -el último- aún renegaba tratando de caminar y ya había pasado los siete meses...
Desde algunos ranchos nos saludaban efusivamente. Otros pobladores se mostraban indiferentes y continuaban con sus tareas.
El perímetro de la escuelita estaba delimitado por un alambrado de casi dos metros de altura, visiblemente remendado pero en condiciones, como si asegurarlo era imperioso. Con el tiempo pudimos descubrir cuáles eran las razones de tanto celo.
Alrededor del mástil solo plantas de espinas, algunas yucas y lenguas de suegra. Lili, había olvidado mencionarla, enseguida pensó en flores o plantas ornamentales y más consecuentes con el propósito de adornar un mástil para la bandera. Un enorme algarrobo dominaba el portón de acceso a la escuela. El local escolar era de una variedad de viviendas pre-fabricadas y disponía de dos salones paralelos y lo que sería nuestra vivienda familiar: dos habitaciones, una cocina comedor y un pequeño baño instalado que no tenía el servicio de agua porque se lo habían llevado sus antiguos moradores, todo en un mismo pabellón. Porqué se llevaron el equipo de bombeo? En lugares así se conocen las fortalezas del hombre pero también las más profundas de las miserias.-
Todo lo plantado parecía contrastar con el viejo edificio de la antigua escuela, a escasos veinte metros de la actual, construida en ladrillos pero asentada en barro, revocada y de techo también de chapas. A instancias del primer Director designado allí, la había construido los pobladores. Aquél docente llegó al lugar desde la Provincia de Salta, porque entonces era imposible acceder desde Juan José Castelli, pues solo había caminos (¿caminos?) hasta el Paraje La Bomba, poco más de noventa kilómetros hacia el sudeste.
Hacia atrás, dos baños en paralelo -varones y mujeres- aseguraban el servicio sanitario de la matrícula escolar cuyas cifras hasta el momento nos eran desconocidas.
Algunas plantas de frutos extraños se erguían en distintos puntos del patio, y entre ellas dos plantas de vinal, cuyas espinas de casi veinticinco centímetros de largo se perdían entre las hojas de los enormes gajos que casi rozaban el suelo.- “habrá que podarlos porque son un verdadero peligro me dije.
Los frutales eran de “sacha pera” (parece pera) o “sacha naranja” (parece naranja) , ambas muy tentadoras para los pájaros y especialmente para los patos picazos que desde el norte bajaban a la zona para aparearse y reproducirse.- Después abandonaban el sitio regresando al norte , cuando las lluvias hacían lo mismo.-
Solo en una ocasión había estado allí pero recordaba con certeza, algunas comodidades que ahora ya no estaban. Por ejemplo, un motor villa que con un pequeño generador les proveía de luz eléctrica a la casa y permitía el funcionamiento del equipo de bombeo. Aparentemente era de su propiedad.
Un pequeño galpón que albergaba algunos animales domésticos tampoco estaba. Prácticamente lo habían desmantelado...
Incluso, el espejo de agua donde había podido disfrutar de algunos ejemplares de aves silvestres y que estaba delimitada en todo su perímetro por un alambrado había quedado abandonada a su suerte. Los animales tampoco estaban. Todo parecía indicar que se habían propuesto dificultarnos las cosas, pero no nos conocían...
Era necesario templar el espíritu, arremangarse y afrontar lo que venía.
Cuando nos preguntaban por qué estábamos allí, respondíamos sencillamente: -estamos haciendo nuestra casa en Barranqueras. Y el salario lo justificaba. Habíamos decidido permanecer en la zona para completar el sueño de la casa propia y el sueldo en aquel lugar se incrementaba entonces en un doscientos por ciento. Si había alumnos suficientes podríamos aspirar a un doble turno o incluso a dos.-
La corta edad de los hijos nos permitiría privarlos de tantas cosas como uno pueda imaginar.
No privarlo de lujos. Hablo de cosas elementales: de una golosina, un helado, una crema, manteca, algún chocolate, ropas nuevas.
La “blanca,” así llamaba a mi camioneta, aún estaba cargada con todos nuestros bártulos. Hacia ella fuimos entre bromas y cargadas con los chicos del Fuerte que nos habían acompañado hasta allí y que amenazaban quedarse: Chipa Maza y Walter Mercado. También teníamos a Zuny, una joven que habíamos llevado cuando nacieron las melli, dos años antes, y era la que las cuidaba cuando dábamos clases.-
Una vez que acomodamos las habitaciones y dispusimos las mercaderías en su lugar ya caía la tarde. Salimos al patio y disfrutamos de una imagen que pocas veces se presenta, pero que en la zona con el tiempo disponible, la soledad y el silencio reinante, se constituye en un privilegio: el crepúsculo teñido de una variada gama de rojos y naranjas ardiendo en el horizonte , fundiéndose tras la silueta del monte , a esa hora ya a oscuras, y algunas nubes de formas increíbles en las que se pueden descubrir extrañas figuras y, a la vez sentir una especial sensación mezcla de asombro y felicidad...
Nos quedamos un instante tomados de la mano buscando aliento y confiando en Dios.- Los hijos correteaban a nuestro alrededor como cómplices involuntarios de una aventura que recién comenzaba...
Estábamos en Comandancia Frías, a unos noventa kilómetros al noroeste de Fuerte Esperanza, localidad que nos acercara hacia el impenetrable cuando Yanina tenía solo seis meses de vida. Ahora eran cuatro terribles alegrías.

Este lugar no solo era más lejos que aquél. Nada tenía de sus comodidades, ni de sus posibilidades ni de su gente. Estábamos más aislados de todo lo que pasaba hacia las localidades del norte, la más populosas y activas como Misión Nueva Pompeya o El Sausalito. Todos elegían rutas más cortas más seguras y mejor dispuestas para un viaje que, por aquellos lugares, podrían presentar algunas sorpresas...Se sabía cuando se iniciaba el viaje, pero no se podía asegurar cuando terminaría.
El fuego me entregaba todos los matices imaginables. Desde los azules, amarillos, naranjas, lenguas de distinto tamaño se soltaban al aire. Estaba absorto por esa extraña belleza que uno solo puede admirar por allí. En silencio, pensando en aquellos acontecimientos que merecían su atención o que interesaban realmente. Es bueno estar a veces a solas con uno mismo y, aunque no siempre lo hacemos, resulta muy placentero y comprometido. La conciencia no nos miente...ni nos distrae.
Lili se acercaba con algunos mates mientras el horno terminaba su tarea. Un tacho partido en medio, con una improvisada rejilla que pasaba de lado a lado, justo a media altura. Allí se apoyaban las fuentes o los recipientes con los alimentos a cocer. El calor necesario se elevaba desde la misma tierra donde se había encendido la fogata y se completaba con las brasas que se habían abierto previamente para apoyar el tacho. A su alrededor, justo en la base, con algo de cuidado y algún olfato culinario, se hacía un cordón de brasas que aseguraría calor por algún tiempo. Después se reponía tantas veces como fuera necesario. La tapa era parte del mismo tambor cortado de manera tal que pueda apoyarse en la parte superior. Sobre ella también se agregaba brasa suficiente, cuidando de no excederse porque arrebataba la cocción.
Era todo una odisea y, en realidad, vivir en estos escenarios es siempre un desafío. Lo difícil es hacerlo agradable y placentero. Si no se tienen alternativas, soportarlo.
Cuando nos disponíamos a disfrutar de nuestra primera cena, una lejana copla se dejaba oír brotando desde el monte. Aquella entonación tan peculiar y de características tan especiales, era muy común para el norte.
Para el Chaco, así se expresaban los lugareños cuando se referían al rumbo sureste, prácticamente se desconoce. O ignoraban que pertenecían geográficamente al Chaco, o era una manera de definir su afinidad con la Provincia de Salta o la misma Santiago del Estero más al sur. Ya habría tiempo para descubrirlo...
El improvisado “coplero” se iba acercando a juzgar por la claridad con que ahora se oían sus versos:

“En la puerta de mi casa /
tengo una piedra filosa.
Cuando pisa mi caballo /
retumba en Chile y Mendoza”.

Jamás la olvidé. Es más, creo que es la única que recuerdo de tantas que pude haber oído en todo ese tiempo...
Aguedo, ese era el nombre de nuestro visitante. No era, a decir verdad, una visita de cortesía. Se especulaba con nuestro arribo al paraje y, aunque algunos ya nos conocían por referencia, -ya llevábamos tres años en la zona y pese a las distancias todos se conocen- este no era el caso de “Aguedito” como le decía Doña Dorila, la mamá...
Había oído la marcha de la camioneta hacia la tardecita llegando a Frías y supuso que era la nueva “Diretora”.
Enseguida, merced a su locuacidad, inédita o poco frecuente en los pobladores del norte la charla fue desatándose y, aunque nos resultaba difícil entender algunos giros expresivos recorrimos imaginariamente el lugar. Mientras tanto el cabrito fue tomando el peculiar color del asado irremediablemente., y acompañó nuestros comentarios.
Conocimos los personajes más conspicuos, los más solidarios y los más mezquinos. Pudimos confirmar -enseguida- que la gente es igual en todas partes. La diferencia es la educación que han recibido...
Comía con avidez pero como cuidando las maneras. Era muy delgado de pómulos marcados y ojos enormes. Huesudo en extremo llamaba la atención el largo de su cuello, más aún porque la cabeza era relativamente pequeña. Cuando sonreía, y lo hacía con frecuencia, dejaba ver una dentadura de generosos incisivos y del resto solo algunos conservaban su apariencia y lucían blancos; los demás visiblemente dañados por una alimentación inadecuada, insuficiente y la falta de higiene.
La piel era oscura en exceso, casi quemada y de una textura muy peculiar como tensa, ajustada a los huesos.
Prometió volver al otro día y, mientras abandonaba el lugar después de despedirse efusivamente apenas se perdió en las sombras de la noche, dejó oír una nueva tonada...Mientras disfrutábamos de ella comprendí porque la copla tiene tanto de dolor, angustia o soledad. Los escenarios la alimentan...
Chipa y Walter ensayaban bromas sobre las expresiones de nuestro ocasional visitante y desataban la risa cómplice de todos.
Para quien se acerca a estos confines podrá advertir de inmediato que, aunque no haya una barrera física que los separe de nuestra realidad, hay una barrera cultural que es mucho mas sólida de lo que se pueda estimar.

"Pobre hijo mío"

-Pobre hijo mío-

Fue lo último que escuché decir a papá. Junto a la cama, estaba mi hermana tomándolo de la mano. Eduardo permanecía de pie pegado al respaldo de aquel lecho que habíamos improvisado buscando aliviar ese intenso dolor que lo atormentaba desde hacía ya varios días, sin quitarle la vista de encima y como esperando aquel momento fatal.
Por la ventana que estaba a sus espaldas entraba la luz que iluminaba tenuemente una escena que todos sabíamos habría de presentarse y que sin embargo acaba por sorprendernos.
Permanecíamos en silencio como revisando nuestro pasado de discordias y desencuentros. Nadie decía nada, al menos en voz alta. Mi hermana oraba por lo bajo mientras acariciaba las cuentas del rosario que sostenía.
Papá, parecía haber esperado hasta el último aliento de vida para vernos a los tres juntos y, una vez que estuvimos así, comenzó a respirar mas espaciadamente, más profundo, más lentamente. Luego se dejó morir...

-Se apaga- dijo María del Carmen...

Iban a ser las quince horas, no recuerdo bien...Quedó mirando el fondo de las cosas y, sin una sola queja -nunca lo oí hacerlo- se fue quedando muy quieto.
Aquellos ojos celestes verdosos recogían las últimas imágenes de este escenario que lo había cobijado desde la muerte de mamá.
Íntimamente deseé que el reencuentro con mamá sea lo más pronto posible porque, aunque no lo reconocía, la soledad fue minando su espíritu dicharachero, jocoso y vital. Permanecía en silencio, pensativo, solo, y quieto.
Quería llegar a los noventa años. Se había hecho esa promesa desde que junto a sus hermanos festejara el cumpleaños de la Tía Negra en Rufino, en el extremo de la Provincia de Santa Fe.
No pudo ser... Quedó a las puertas de ese compromiso.
Desde el fallecimiento de mamá quedó viviendo en casa. Para cualquier hijo es una difícil experiencia. Aún cuando produjo un vuelco radical en las rutinas de mi hogar, y requirió de todos una gran cuota de comprensión, resignación, solidaridad y respeto a una decisión que ya no tenía regreso.
Fueron cuatro años en los que en verdad conocí mucho mejor a mi padre. El accidente en el que se fracturara la cadera, un día después de sepultar a mamá, sus movimientos quedaron limitados y ya no pudo desenvolverse solo, como entendía debía ser. Tuvo que aceptar que lo aseara bajo la ducha; lo afeitaba, y lo ayudaba a movilizarse por toda la casa.
Reíamos con frecuencia por todo esto y, aunque mostraba algunas flaquezas en determinadas ocasiones, lo alentaba a seguir en el entendimiento de que lo que Dios haya dispuesto debe ser aceptado con resignación.
A menudo lo descubría llorando y eso lo avergonzaba. Ahora pienso que tal vez debí haber sido un tanto más contemplativo en ese sentido pero, al momento de decidirlo, no había lugar ni tiempo para analizar los procedimientos y los pasos a seguir.
No quería que cayera en una depresión inmanejable e intentaba sostener su autoestima elevada, así las cosas serían más sencillas.
Cuando se lo reprochaba solo decía:

- “Perdóname, hijo...”

Todo ese tiempo fuimos aprendiendo –juntos- a vivir de otro modo a la vez que alentaba una relación que terminé agradeciendo. Además me sirvió para estrechar los vínculos con mi único hijo varón, de casi veinte años, y con el resto de mi familia.
Esta circunstancia, inesperada por cierto, le otorgó al vínculo familiar valores que hasta ese momento no había descubierto en su totalidad.
Mi esposa advirtió la necesidad de aliviarme la tarea y aportó de si todo lo que pudo, y se lo agradeceré infinitamente.
Papá era un tipo cautivante, aparentemente seguro de sí mismo y que parecía no necesitar de nadie. Sin embargo, en las situaciones de difícil solución lo atormentaban.
Fue reconfortante verlo llorar alguna vez porque fue la forma de descubrir que eso también era cosa de hombres. Y yo no tenía dudas de su hombría, como tampoco de su honestidad, de su generosidad y de su sensibilidad.-
¡Cuánto admiré en el cúmulo de historias y vivencias que compartía generosamente con quien quisiera oírlo! Reiteraba cada una con puntillosa claridad y una fidelidad que sorprendía. Tenía cosas para contar porque las había vivido...¡ intensamente!
No había rincón o lugar que le resultara desconocido como si a medida que fue viviendo, marcaba su territorio. Así, llegar al punto más recóndito y no hallar algún compañero de trabajo, jugador de fútbol, algún humilde hachero con los que no se diera un abrazo, un apretón de manos y soltara sus carcajadas tras un chiste o un comentario irónico, eran una constante...
Nunca se le habría ocurrido escribirlas o no hubiera podido. Si bien se leía todo lo que podía o lo que juzgaba de su interés, la sucesión de rudos trabajos que desempeñara a lo largo de la mayor parte de su vida, le habían endurecido las manos. Ya solo lograba firmar con cierta soltura y solo mantenía cierta solvencia con las matemáticas.
Eso es -tal vez- lo que me mueve a ésto. O quizás el respeto y el afecto que le tuve. Por la enorme generosidad que mantuvo con todos. Por agradecimiento simplemente. Porque, aunque no fue un triunfador en los términos de una sociedad que se torna cada vez mas hipócrita y egoísta. Por nunca nos sobró nada pero tampoco nos faltó. Porque aunque solo supo de esfuerzos y trabajos duros dejó este mundo con una sonrisa, hasta el último momento.
Tengo la mitad de sus años y siento que las cosas vividas, las anécdotas recopiladas y los escenarios que transité, merecen algunas horas diarias frente al teclado del procesador para volcar todo aquello que mi memoria haya preservado sin esfuerzo, para que lo compartan en el seno de mi familia, con los nietos. Para que lo aprecien aquellos chicos del vecindario en mi recordado Machagay.
Los compañeros del colegio; amigos que cultivé a lo largo de estos cincuenta años; los enemigos que siempre tienen su lugar aunque no lo merezcan, y aquellos que, cuando te oyen contar ciertas historias solo se les ocurre preguntar: “¿SERA CIERTO?”



Tomada la decisión de escribir resta ordenar lo que merezca ser contado. No interesa, por lo menos así me parece, el orden cronológico. Prefiero desatar aquellas que me han conmovido, vincularlas con las enseñanzas de aquellas personas que me ayudaran a crecer aunque no sean “mi familia” y dejar que quienes decidan leerlas se emocionen , rían o -simplemente- disfruten como yo.
Hace algunos días, releyendo una carta que le habría de enviar a mis hijos en Buenos Aires, sentí unos irrefrenables deseos de llorar. Me había superado la nostalgia y supuse que lo que me acontecía, era también una manera de ser feliz. Ojalá a los lectores les acontezca lo mismo con estos relatos.-